domingo, 20 de noviembre de 2011

El dilema del supermercado: aprender a comer


Hoy estuve mucho más disciplinada que ayer, y compensé un poco el exceso de sábado. Recapitulo:
  • Desayuno: café con leche
  • Almuerzo: milanesa de soja con calabaza
  • Media tarde: dos tazas de té y un yogurt con frutillas
  • Cena: una zanahoria cruda a modo de entradita, dos salchichas light y puré de calabaza, y frutillas marinadas en jugo de naranja de postre

Lentamente voy desinflándome, aunque por supuesto no al ritmo que querría. Me mido todos los días los pantalones, esperando un cambio sustancial en mi talle, y cuando corroboro que todavía cuesta cerrarlos, me frustro. Qué falta de perspectiva, carajo! Empecé esta dieta hace (cuatro?) días –y ni siquiera pasé la prueba de hacerla al 100% el primer fin de semana que me agarró—y yo ya quiero ver resultados! Soy de terror.

Carrito fuera de control!!!!
Hoy fui al super, tarea que no solo me da fiaca sino que además me confronta con mi total ignorancia hacia cómo debería ser una alimentación balanceada. Siempre termino comprando lo mismo: una calabaza grande para hacer puré y congelarlo en porciones para toda la semana; proteínas varias para hacer con el puré, todas congelables (como salchichas light, hamburguesas light, pechugas de pollo o kani kama); lácteos varios (no puedo vivir sin leche, yogurt y queso, aunque trato de prescindir del queso) y fruta. Trato de variar el tema de los vegetales y compro alguna cosa que se pueda cocinar, fraccionar y congelar. Típicamente remolachas, espárragos, champignones, espinacas, y cuando ando con tiempo, hago lasagna de vegetales en grandes cantidades para fraccionar. Como se vino el verano, ya hay tantas frutas ricas, y no tengo que limitarme a comer manzanas y peras. Así que hoy me stockeé para la semana y compré duraznos, ciruelas, sandía y varias cosas más.

Como sigo en modo adelgazamiento, me limito a comprar esos alimentos, y está bien que no salga de ahí. No hay mucha vuelta para bajar de peso. El tema es que cuando llegué a mi peso ideal y pasé a hacer dieta de mantenimiento, me di cuenta de que no tengo training en cuestiones alimenticias.
En casa de mis padres había un repertorio de unas 15 a 20 comidas, con suerte, que iban alternándose. Muchas tarta de jamón y queso o de choclo, pastas, milanesas con puré…

Cuando me independicé y tuve que empezar a cocinarme, repetí un poco esa dinámica, aunque con un presupuesto menor, y menos tiempo. Hacer puré? Hacer milanesas? Ni hablar. Las tartas me ayudaron a zafarla bastante bien, porque hacía una tarta y comía cuatro veces (eso también tenía sus contras, porque estaba siempre comiendo lo mismo, el gran problema de vivir solo). Como ahora era yo la que elegía qué comprar, era más consciente de evitar ciertas cosas, como la crema de leche (trataba de evitar las pastas, o las hacía con salsa de tomate casera), la mayonesa (que en mi casa consumíamos por vía intravenosa, más o menos…) y los fiambres.

Cuando empecé a ganar más plata empecé a salir mucho a comer y a pedir comida hecha, tanto al mediodía como a la noche, porque además empecé a tener cada vez menos tiempo para cocinar, ya que me la pasaba laburando. Y por supuesto las largas horas de trabajo vienen acompañadas por stress, que a su vez se traduce en más comida. Por esa época estaba en pareja, y mi novio no ayudaba, sino que por el contrario por poco me metía la cuchara en la boca. No le echo la culpa a nadie, la que perdió el control fui yo, pero nuestra relación no era muy sana –ni entre nosotros, ni con la comida—y encontramos en el morfi una forma de obtener la satisfacción que nuestra relación ya al final no nos proporcionaba.

Eventualmente decidí adelgazar, y bajé mucho de peso, hasta que llegué a pesar lo que peso ahora (que hoy me parece muchísimo, pero la primera vez que adelgacé, me parecía un peso muy agradable). Por supuesto eso no duró, porque no cambié mi relación con la comida, y porque todavía tenía un montón de “rollos” (y no en la panza, justamente) que solucionar. Me tomó un año, pero fui a terapia, hice mucha introspección, entendí de dónde vienen mis mayores miedos y frustraciones con mi imagen corporal y el sobrepeso, y me saqué el lastre del ex novio, que venía arrastrando junto con los kilos.
Recién ahí adelgacé en serio (entre noviembre del año pasado y marzo de éste). Y el 2011 fue mi primer año de adulta haciendo un esfuerzo consciente de alimentarme mejor. Empecé a mirar programas de cocina para sacar ideas saludables, tomando nota de cosas básicas, desde técnicas de cocina a ingredientes desconocidos. “Uy, mirá, la mina hizo puré de coliflor, y le puso nuez moscada, y parece igualito a un puré de papas. Voy a probar de hacer eso.” No creo haber probado coliflor jamás en casa de mis padres. Bueno, durante muchos meses fui aprendiendo y llenando mi cocina de técnicas, verduras varias, condimentos, armando una alacena decente y aprovisionando el freezer de comidas hechas por mi.

Después todo el esfuerzo se me fue a la mierda, en parte por causas emocionales, porque volví a la necesidad del chupete alimentario, pero también en parte por no haber logrando encontrar un punto medio entre el modo dieta (verduritas + proteínas + frutas y yogurt) y una alimentación sana, balanceada y variada. En cuanto empecé a ir introduciendo cositas engordantes, como tostadas, mermelada, queso blanco, algún postrecito o flan light, quesos, etc., volqué. Porque no tuve punto medio. Si compraba un paquete de tostadas, me las bajaba en dos días. Si compraba un queso port salut, volaba en poco tiempo. Siempre con cosas light, pero aún con cosas así me mandaba atracones. Si hacía el postrecito de 6 porciones, me las comía a las 6 en una sentada. Y eventualmente dejé de caretearla, no fui más al super y recurrí al combo de Mc Donald’s o al kilo de helado.
My doom...
Quiero poder ser una persona normal, que compra un paquete de papas fritas por si viene gente, y efectivamente guarda el paquete en la alacena hasta que vienen visitas, y no se lo come apenas llega del supermercado. Quiero poder comprar cosas engordantes y dosificarlas en forma moderada. ¿Por qué no puedo tener 200 grs de pategras en la heladera por si una noche me quiero comer un cachito con una copa de vino? ¿Por qué hasta que no se acaba, no lo dejo en paz al pobre queso? (Noto que mis ejemplos vienen mucho por el lado de los quesos…).

Creo que si logro adelgazar y mantenerme, sólo va a ser cuando pueda lograr este equilibrio. La mitad de los blogs que leo dicen que el equilibrio lo logran de dos formas: (i) eliminando ciertos alimentos gatillo (en muchos casos, el gluten); o (ii) haciendo varias sesiones de ejercicio por semana. Vamos a ver qué adopto yo. Sé que tengo una asignatura pendiente con el deporte, un poco por falta de tiempo y otro sencillamente porque lo odio. Eventualmente me avendré a ir al gimnasio, baby steps. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Dejame un mensaje!