jueves, 7 de junio de 2012

Vuelve el perro arrepentido...


Hola de nuevo a la blogósfera. Luego de meses de ausencia retomo el contacto con este medio y ¿adivinen qué? Por supuesto, estoy hecha un tanque. Y ya no un kilito o dos, sino una bocha: estoy pesando 72 kilos. Casi lo mismo que pesaba cuando empecé Ravenna la primera vez, en 2009, que estaba como en 74. Sí, una bestialidad. Estaba releyendo mi último post, que estaba en 64,5 o algo así. En ese post decía que en las últimas recaídas al menos había podido frenar a tiempo, y que ya no me iba a ir a la mier... como en otras oportunidades, que ya no iba a pasar de 69. Flor de chasco...

Otra vez la c*gué
 No sé cómo llegué a este punto. Sospecho que tiene mucho que ver con mis frustraciones emocionales, concretamente con un tipo. Qué predecible, no? En los últimos dos meses ya la cosa se me fue de control, cayendo en atracones permanentes. A la noche me iba a dormir tan llena que me despertaba aún sintiéndome mal, llena hasta la garganta, y para “bajar” esa comida, arrancaba bien tempranito con otro atracón. Mi sistema digestivo la pasó muy mal por varias semanas, mejor ni les cuento porque es muy escatológico. Y finalmente llegué al punto en el cual no me entró ningún pantalón. Los viejos, los “de gorda”, pre 2009, no sé ni dónde están. Creo que se los di a mi vieja, y antes muerta que pedírselos de vuelta. Tuve que salir a comprar nuevos, y cuando ésos no me entraron, me compré un vestido negro de modal elastizado talle ballena, lo que yo llamo una “carpa de beduino”, y me escondí ahí adentro. Pero, ¿a quién engaño? No hay cómo esconder los casi 10 kilos que me puse. Se notan por todos lados.

Hace poco hice una escapada de viaje con una amiga, situación que inevitablemente deriva en el sacado de fotos. Uggh...! Cuando me vi en las fotos... Qué asco que me doy, qué desagradable que me siento. Una intocable, sexy como una ameba. En terapia había hablado del tema de la imagen en su momento, y había llegado a la conclusión de que ponerme kilos es un mecanismo de defensa, porque me “saco del mercado”. Gorda, ¿quién va a quererme? ¿Quién podría desearme? Nadie. Listo. Riesgo cero. Es totalmente cierto que cuando a pesar de mi estado de grasitud me avengo a salir de noche –lo cual la mayoría de las veces ni siquiera accedo a hacer—me pongo de expectadora de mis amigas. Ellas levantan, yo miro, yo soy uno más de los muchachos, riéndose de las otras que despliegan sus armas de seducción. Ok, detectar el problema y admitirlo es el primer paso para solucionarlo, no? Entonces con mi psicóloga empecé a intentar hacerme a la idea que alguien me puede querer gorda, que no me excluye del mercado, que puedo estar “adentro” del mercado, y no mirarlo de “afuera” solo por ese motivo. Empecé a querer cambiar mi actitud por adentro, al menos, aunque no cambiara mi aspecto de afuera. A meterme en personaje de mujer, a permitirme seducir, etc, etc. Bueno, por supuesto, fue un fracaso rotundo. Y ahí le di una vuelta de rosca a la explicación de mi gordura: comer anula mi sexualidad. Pero ya no en el sentido de que me saca del mercado, es decir, no solo porque me hace menos deseable, y entonces menos expuesta al riesgo del rechazo. Sino porque aplaca mi deseo sexual. Psicológicamente, porque me siento una bolsa de manteca in-c*gible, pero también físicamente, porque me anula hormonalmente. ¿Acaso será casualidad que me mando los peores atracones por la noche, cuando vuelvo a casa y estoy sola como un perro, mirando televisión? No hay casualidades. Este tema es muy extenso, no termino de desentrañarlo yo misma, y además ponerlo por escrito me hace sentir más patética de lo que ya me siento, así que lo dejaré para más adelante.

Volviendo a las fotos: toqué fondo. Fue mi “ahá” moment, en el que dije “bueno, basta”. Hace dos semanas y pico que volví de viaje ya, pero todavía no he logrado engancharme con nada. La semana pasada fui a un grupo de Ravenna y me compré viandas. Por unos días anduve bien, pero progresivamente fui aumentando la ración, y terminé a los atracones. Intenté retomar el ejercicio, pero el finde tuve que laburar y no hice nada. Al menos ayer arranqué Pilates. Sé que no voy a perder peso con eso, pero al menos es un paso hacia retomar el cuidado de mi cuerpo, el contacto con mi cuerpo. Pero digamos, que a pesar de sentirme muy muy mal desde las fotos, hago un paso adelante y cinco para atrás, y no sé cómo hacer para cortar con eso.

Hoy podría ser un buen día de “turning point”, por varios motivos: 
1)      Tengo grupo de Ravenna, y me van a recag*ar a pedos, porque esta semana hice todo mal. La semana pasada era fin de mes, y no pagué nada porque llegué después del horario de cobranzas, pero si hoy voy, tendré que pagar todo el mes, y dado que sale un fangote de plata, eso me puede llegar a incentivar a permanecer. Además, voy a aprovechar para repasar la teoría. En Ravenna te dicen que no hay que pensar, hay que hacer la dieta sin desviarse. Salirse de la dieta te saca de la acidosis, te da hambre, te pone ansiosa, y la c*gás, y no un poquito, sino que terminás en el atracón.
2)      Tengo terapia. Quiero ahondar esta relación entre la comida y la sexualidad (o la falta de). Siento que vengo abriendo muchas líneas de pensamiento relacionadas con lo mismo, pero no termino de sacar una conclusión que me ayude. Voy a ver si hoy puedo recapitular un poco y tomar conciencia de algunas cosas.
3)      Siento algunos músculos tensos de haber hecho Pilates ayer. Eso es bueno, incentiva.
4)      Mi bloguera preferida, Jen, posteó hoy un desafío de bajar 12 pounds (algo así como 6 kilos) de acá al 1º de agosto. Y me gustan los desafíos. Me motivan. Este en particular me sirve, porque me hace sentir que no estoy sola. Y constituye lo que se llama un objetivo inteligente [en inglés, “SMART” goal: Specific, Measurable, Achievable, Relevant, and Time-based].
5)      Retomé este medio, al fin y al cabo, no? “Ladran, Sancho, señal que cabalgamos”.

Solo espero que después de toda esta perorata mi próximo post no sea de acá a 5 meses con 10 kilos más encima...

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