Bueno, mi último post
resultó premonitorio: no se puede andar pelotude*ando porque trae
consecuencias, y en mi caso MUY graves. Como la última vez que escribí fue
después del fin de semana pasado, tengo bastante para recapitular. Acá va:
Luego del finde de excesos
me enderecé el lunes y anduve bien hasta el miércoles a la noche. Fuimos a
cenar con mi vieja y dos amigas suyas a un restaurant pipí cucú. Me abstuve de
la panera, y pedí pescado, pero hubo unos picoteos fuera de reglamento: un
bocado de fainá que trajeron de entrada, dos endivias rellenas con queso azul,
nuez y reducción de aceto y miel (la cosa más maravillosa que he comido en
años), y una feta de tostón. Me explico: el pescado venía con una tostada de
pan tipo lactal pero gordo como tres fetas juntas, medio dorado en manteca y
ajo. Lo fui pellizcando hasta que decidí cortarme una feta, disfrutarla y
punto. Además, el pescado venía en una especie de salsita que debía tener crema
de leche, y comí un bocado de un crumble que se pidieron el resto. Ah! Y dos
vasos de sauvignon blanc. Ahora que lo escribo todo, suena muchísimo, pero no
lo era... para alguien que está manteniendo! Obviamente no para mi, y sobre
todo por el tema PAN.
Al día siguiente tuve
almuerzo con clientes, y a pesar de que pedí una ensalada muy light y sin
condimentos raros, me comí el pancito de acompañamiento. Jueves a la noche,
finalmente, volqué. Los mini desbordes se acumularon y enfrentada con
una parrillada, me llevó puesta. Comí una empanada de carne frita, una porción
de entraña con ensalada, algunas papas fritas, dos vasos de malbec, y la peor
parte: dos panes. Logré abstenerme de pedir postre, pero a la vuelta, en un
kiosco, mi vieja compró un helado de chocotorta, un alfajor de maicena,
bombones y almendras. Me comí un mordiscón de cada cosa, y casi medio tarrito
de almendras, de esos altos, hasta que me las acabé. Si hubiera habido más, me
las seguía comiendo.
El viernes hice las cosas
super bien, incluso a pesar de haber estado luchado internamente media mañana
en contra de una medialuna que me miraba desde el centro de la mesa de la sala
de conferencias en que estuve reunida.
El sábado fui a la
clínica, anoté mil cosas, reflexioné sobre por qué había volcado, lo entendí, y
a la tarde me volví a ir al carajo. Té con platón de frutas, quesos y dos
tostadas de semillas con queso blanco y miel. Compartido con mi amiga, no fue
mucho, pero seguía jodiendo con el pan. Y a la noche toqué fondo: me
tomé un vino con otra amiga, que me eliminó todo freno inhibitorio. Volvía
caminando a casa, pasé por un kiosco y me compré un alfajor chocoarroz y un
paquete de galletitas de arroz, que me comí entero, untado con queso blanco, y
cuando se me acabó eso, con mayonesa. Compré esas galletas --y no unos twistos,
por ejemplo-- porque pensé que si me iba a atracar, que al menos no fuera tan
grave, que no fuera con harina. Pero finalmente luego de comerme hasta la
última galleta inmunda, me volví a cruzar a en frente a comprar medio kilo de
helado LIGHT. Caradura. Me comí hasta los dos cucuruchos que te meten en la
bolsa.
![]() |
Foto: t3.gstatic.com |
Hecha la recapitulación
fáctica, vayamos a las causas, ¿qué
me pasó? Múltiples posibles interpretaciones, o capaz varios factores que
contribuyeron y la sumatoria pudo más. El descontrol empezó el fin de semana
pasado, así que habrá que comenzar por ahí y ver qué pasó.
Pasé todo el finde con mi
vieja, a la que ya les he contado que no quiero participar de mis decisiones
alimentarias, ni de imagen, ni nada por el estilo. Al no explicar que estaba en
la dieta sin harinas, hubo cosas a las que no "pude" decir que no sin
que se notara. Excusas, no? Lo que pasa es que mi vieja puede ser muy
insistente. Ella es una gorda desbordada sin control que permanentemente busca
cómplices para sus excesos y luego busca responsables de sus atracones. Durante
todo el finde estuve en una constante lucha por ponerme límites a mi misma,
pero al mismo tiempo también tuve que luchar en contra de poner límites a mi
mamá. Normalmente ya me cuesta solita mi alma tomar la decisión correcta, acá
tuve que luchar en dos frentes, sumando a los embates permanentes de mi mamá.
Más lo pienso y más bronca me da. Salto al miércoles y de nuevo lo mismo, casi
puedo escucharla insistiendo durante casi 15 minutos que alguien compartiera
con ella un postre, que se terminó pidiendo sola (el crumble al cual le di un
bocado). El jueves la escena que hizo porque no pudo pedir postre fue digna de
ver. Una nena caprichosa parada en la vereda a punto de largarse a llorar hasta
que logró irse al kiosco y comprar todas esas golosinas que enumeré. Me dio
asco, la odié. Y entonces por qué yo también me prendí? Por qué en el punto en
que más me desagradó verla fue cuando bajé la guardia y me comí un millón de
almendras hasta que me dolió la panza?
Segundo factor
involucrado, qué predecible que soy: un tipo. Salí el sábado pasado y estuve
charlando con un tipo que rajaba la tierra. Me fui chocha a mi casa porque me
hubiera dado bola un tipo así, pero obviamente una semana después no ha vuelto
a llamar. Mi interpretación del suceso fue inicialmente “positiva” (notar la
comillas, que no son casuales). Pensé: “che, debo haber adelgazado bastante, y
debo estar bastante bien si un tipo como este considera que estoy lo suficientemente
buena como para querer darme masa.” Por supuesto, subyacente en el pensamiento
está que el tipo está totalmente fuera de mi liga, y que sólo puede querer
g*rcharme y nunca nada más. De hecho, no muy subyacente, sino más bien
ostensible, está también la sorpresa porque siquiera considere g*rcharme.
Cuando no volvió a llamar, no me deprimí, porque en el fondo prácticamente lo
justifiqué. El interés del tipo era esa noche, porque era lo que había, lo que
encontró a mano, pero no había ninguna chance de que tuviera interés en
continuarlo más allá de esa vez. Nuevamente intenté racionalizarlo como que era
un “boost” para mi autoestima que un pibe así se hubiera fijado en mi. Pero
luego del atracón de anoche evidentemente tengo que sincerarme conmigo misma y
admitir que debo seguir odiándome, a pesar de estar más flaca, si es que puedo
llegar a pensar y creerme todas estas construcciones que estoy relatando. Una
mina con un cachito de autoestima se hubiera permitido fantasear con el tipo,
ilusionarse con que llamara, y enojarse si finalmente no llamaba. No fue mi
caso.
Hubo otros factores?
Supongo que el tema del alcohol no ayudó. Normalmente aún a pesar del consumo
de harina hubiera podido parar un atracón. Pero el pedo te quita todo límite,
toda inhibición, y enfrentada con la decisión, fue mucho más fácil decidir irme
a la mierd*a.
Así que acá estoy. Agarrada
a la silla, con miedo de siquiera rumbear por la cocina por lo que pueda llegar
a hacer. Rompiéndome la cabeza para ver cómo hago para no dejar que este
tropezón me pegue para el lado de la depresión. Determinada a no volver a dejar
que suceda el efecto “contagio” con mi vieja, pero con pocas pistas sobre cómo
meterme en personaje de mujer sexy y creérmela lo suficiente para que un
desencanto mínimo no me cagu*e a palos la autoestima. Respiro hondo…
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Dejame un mensaje!