domingo, 29 de julio de 2012

Atracón: buscando las causas


Bueno, mi último post resultó premonitorio: no se puede andar pelotude*ando porque trae consecuencias, y en mi caso MUY graves. Como la última vez que escribí fue después del fin de semana pasado, tengo bastante para recapitular. Acá va:

Luego del finde de excesos me enderecé el lunes y anduve bien hasta el miércoles a la noche. Fuimos a cenar con mi vieja y dos amigas suyas a un restaurant pipí cucú. Me abstuve de la panera, y pedí pescado, pero hubo unos picoteos fuera de reglamento: un bocado de fainá que trajeron de entrada, dos endivias rellenas con queso azul, nuez y reducción de aceto y miel (la cosa más maravillosa que he comido en años), y una feta de tostón. Me explico: el pescado venía con una tostada de pan tipo lactal pero gordo como tres fetas juntas, medio dorado en manteca y ajo. Lo fui pellizcando hasta que decidí cortarme una feta, disfrutarla y punto. Además, el pescado venía en una especie de salsita que debía tener crema de leche, y comí un bocado de un crumble que se pidieron el resto. Ah! Y dos vasos de sauvignon blanc. Ahora que lo escribo todo, suena muchísimo, pero no lo era... para alguien que está manteniendo! Obviamente no para mi, y sobre todo por el tema PAN.

Al día siguiente tuve almuerzo con clientes, y a pesar de que pedí una ensalada muy light y sin condimentos raros, me comí el pancito de acompañamiento. Jueves a la noche, finalmente, volqué. Los mini desbordes se acumularon y enfrentada con una parrillada, me llevó puesta. Comí una empanada de carne frita, una porción de entraña con ensalada, algunas papas fritas, dos vasos de malbec, y la peor parte: dos panes. Logré abstenerme de pedir postre, pero a la vuelta, en un kiosco, mi vieja compró un helado de chocotorta, un alfajor de maicena, bombones y almendras. Me comí un mordiscón de cada cosa, y casi medio tarrito de almendras, de esos altos, hasta que me las acabé. Si hubiera habido más, me las seguía comiendo.

El viernes hice las cosas super bien, incluso a pesar de haber estado luchado internamente media mañana en contra de una medialuna que me miraba desde el centro de la mesa de la sala de conferencias en que estuve reunida. 

El sábado fui a la clínica, anoté mil cosas, reflexioné sobre por qué había volcado, lo entendí, y a la tarde me volví a ir al carajo. Té con platón de frutas, quesos y dos tostadas de semillas con queso blanco y miel. Compartido con mi amiga, no fue mucho, pero seguía jodiendo con el pan. Y a la noche toqué fondo: me tomé un vino con otra amiga, que me eliminó todo freno inhibitorio. Volvía caminando a casa, pasé por un kiosco y me compré un alfajor chocoarroz y un paquete de galletitas de arroz, que me comí entero, untado con queso blanco, y cuando se me acabó eso, con mayonesa. Compré esas galletas --y no unos twistos, por ejemplo-- porque pensé que si me iba a atracar, que al menos no fuera tan grave, que no fuera con harina. Pero finalmente luego de comerme hasta la última galleta inmunda, me volví a cruzar a en frente a comprar medio kilo de helado LIGHT. Caradura. Me comí hasta los dos cucuruchos que te meten en la bolsa. 

Foto: t3.gstatic.com
Hoy me siento un excremento humano, pero todavía no la cagué. Me desperté tarde y no almorcé, me comí una banana, y hace un rato unas frutillas con yogurt. Pendo de un hilo, así que ojalá pueda hacer las 48 horas de corte y no me sumerja en un espiral de atracones del que no pueda salir hasta recuperar todo el peso perdido.

Hecha la recapitulación fáctica, vayamos a las causas, ¿qué me pasó? Múltiples posibles interpretaciones, o capaz varios factores que contribuyeron y la sumatoria pudo más. El descontrol empezó el fin de semana pasado, así que habrá que comenzar por ahí y ver qué pasó.

Pasé todo el finde con mi vieja, a la que ya les he contado que no quiero participar de mis decisiones alimentarias, ni de imagen, ni nada por el estilo. Al no explicar que estaba en la dieta sin harinas, hubo cosas a las que no "pude" decir que no sin que se notara. Excusas, no? Lo que pasa es que mi vieja puede ser muy insistente. Ella es una gorda desbordada sin control que permanentemente busca cómplices para sus excesos y luego busca responsables de sus atracones. Durante todo el finde estuve en una constante lucha por ponerme límites a mi misma, pero al mismo tiempo también tuve que luchar en contra de poner límites a mi mamá. Normalmente ya me cuesta solita mi alma tomar la decisión correcta, acá tuve que luchar en dos frentes, sumando a los embates permanentes de mi mamá. Más lo pienso y más bronca me da. Salto al miércoles y de nuevo lo mismo, casi puedo escucharla insistiendo durante casi 15 minutos que alguien compartiera con ella un postre, que se terminó pidiendo sola (el crumble al cual le di un bocado). El jueves la escena que hizo porque no pudo pedir postre fue digna de ver. Una nena caprichosa parada en la vereda a punto de largarse a llorar hasta que logró irse al kiosco y comprar todas esas golosinas que enumeré. Me dio asco, la odié. Y entonces por qué yo también me prendí? Por qué en el punto en que más me desagradó verla fue cuando bajé la guardia y me comí un millón de almendras hasta que me dolió la panza?

Segundo factor involucrado, qué predecible que soy: un tipo. Salí el sábado pasado y estuve charlando con un tipo que rajaba la tierra. Me fui chocha a mi casa porque me hubiera dado bola un tipo así, pero obviamente una semana después no ha vuelto a llamar. Mi interpretación del suceso fue inicialmente “positiva” (notar la comillas, que no son casuales). Pensé: “che, debo haber adelgazado bastante, y debo estar bastante bien si un tipo como este considera que estoy lo suficientemente buena como para querer darme masa.” Por supuesto, subyacente en el pensamiento está que el tipo está totalmente fuera de mi liga, y que sólo puede querer g*rcharme y nunca nada más. De hecho, no muy subyacente, sino más bien ostensible, está también la sorpresa porque siquiera considere g*rcharme. Cuando no volvió a llamar, no me deprimí, porque en el fondo prácticamente lo justifiqué. El interés del tipo era esa noche, porque era lo que había, lo que encontró a mano, pero no había ninguna chance de que tuviera interés en continuarlo más allá de esa vez. Nuevamente intenté racionalizarlo como que era un “boost” para mi autoestima que un pibe así se hubiera fijado en mi. Pero luego del atracón de anoche evidentemente tengo que sincerarme conmigo misma y admitir que debo seguir odiándome, a pesar de estar más flaca, si es que puedo llegar a pensar y creerme todas estas construcciones que estoy relatando. Una mina con un cachito de autoestima se hubiera permitido fantasear con el tipo, ilusionarse con que llamara, y enojarse si finalmente no llamaba. No fue mi caso.

Hubo otros factores? Supongo que el tema del alcohol no ayudó. Normalmente aún a pesar del consumo de harina hubiera podido parar un atracón. Pero el pedo te quita todo límite, toda inhibición, y enfrentada con la decisión, fue mucho más fácil decidir irme a la mierd*a.

Así que acá estoy. Agarrada a la silla, con miedo de siquiera rumbear por la cocina por lo que pueda llegar a hacer. Rompiéndome la cabeza para ver cómo hago para no dejar que este tropezón me pegue para el lado de la depresión. Determinada a no volver a dejar que suceda el efecto “contagio” con mi vieja, pero con pocas pistas sobre cómo meterme en personaje de mujer sexy y creérmela lo suficiente para que un desencanto mínimo no me cagu*e a palos la autoestima. Respiro hondo

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